jueves, 19 de noviembre de 2015

Crónica del Maratón de Valencia por Yolanda Mohedano.

Bueno, aquí va mi crónica del Maratón de Valencia 2015.
Llegamos el viernes alrededor de las 11:30 de la mañana a la estación Joaquín Sorolla de Valencia, ya que queríamos ir sin agobios ni prisas a coger el dorsal y queríamos hacerlo  ese mismo viernes por la mañana. Ya en la estación de tren había un pequeño punto de información para corredores, así que allí mismo nos dan un plano de la ciudad y nos explican  la forma más rápida de llegar a nuestro hotel y, desde él, a la Feria del Corredor. Así que seguimos sus indicaciones y eso hacemos.

Nada más llegar a nuestro hotel, Hotel Dimar, vemos que han decorado un muro junto al mostrador de recepción con las palabras “Welcome runners”. También tienen en el hall una zona con folletos de la carrera, mapa del circuito y otra información de la que se ofrecía en la web oficial de la carrera.  Nada más ser atendidos el hombre de recepción nos entrega una bolsa del corredor que el hotel regala a los participantes a la maratón alojados  allí. La bolsa no está nada mal: camiseta técnica de manga larga de la marca “K42“ (por cierto, de igual modelo que la de la Media de Fuenla de este año), botella de agua, lata de Aquarius, barrita energética y un chulísimo salvamanteles del Maratón de Valencia. Todo ello gentileza de este hotel, así que empezamos muy bien la estancia.
Dejamos todo en nuestra habitación y nos vamos ya en busca de la Feria del Corredor para recoger el dorsal y nuestra “segunda” bolsa de corredor.
La Feria del Corredor está ubicada en el Museo de las Ciencias. Llegamos paseando por los jardines del antiguo cauce del río Turia y vemos de camino el circuito de entrenamiento de 5 kilómetros que tienen allí para los aficionados al mundillo “running”. Cuando llegamos la Feria del Corredor está tranquila, hay gente pero nada de colas para recoger el dorsal o la camiseta. Pero, eso sí, nos pareció un poco lío cómo estaba organizado el espacio, el dorsal en un sitio, de ahí un buen paseo por el edificio hasta la zona de stands de ExpoDeporte y, otro buen paseo siguiendo carteles desde la zona de expositores hasta la zona en la que se recogía la camiseta y resto de la bolsa del corredor. Menos mal que no teníamos ninguna prisa porque si no nos perdemos.
La bolsa del corredor oficial del Maratón tampoco está mal. Vemos que tenemos la camiseta Brooks  de la talla que solicitamos al inscribirnos, una bolsa-mochila y bastantes muestras de productos: detergente para ropa técnica, gel frío, vaselina, anti-rozaduras para pies, Powerade….  Además tenemos la revista de “Valencia Ciudad del Running” y la “Distance Running”, para empezar a planear futuros viajes a correr por el mundo.  (Esta bolsa es algo más abundante que la del Maratón de Madrid).
Ya tenemos todo, así que lo que queda del viernes y el sábado nuestro plan es pasear relajadamente por la ciudad y comer, comer mucho, para estar listos el domingo para la carrera. El viernes decidimos comer y cenar en italianos -pasta y pizza-, pero  el sábado aprovechamos para pasarnos por la Paella Party  y comer arrocito gratis. Allí además de la bolsa con paella, pan, naranja y agua que daban a los corredores pudimos también degustar una fideuá que un cocinero estaba preparando en una exhibición de comida valenciana que había para amenizar el evento de la Pasta Party. Todo estaba muy bueno, así que fue buena idea hacer la comida allí. Por la noche de nuevo cena en el italiano de la noche anterior (que no nos pillaba muy lejos del hotel).
Por supuesto no podemos olvidar que el sábado a media mañana nos enteremos de los atentados de París que habían tenido lugar esa noche. Está claro que la noticia rompe la sensación de alegría y maratón como pensamiento único en nuestras cabezas. Existe mucha pena por lo ocurrido, por cómo funciona nuestro mundo, no entendemos por qué pasan estas cosas con lo fácil que sería ser felices todos respetándonos y sin ningún tipo de violencia. Y, claro, queda un poco de preocupación a participar en un evento multitudinario con todo tan revuelto. Pero, a la vez, pensamos que la vida son dos días y que lo único que podemos hacer es disfrutarlos lo mejor que podamos sin perjudicar a nadie, así que vuelve la mente a “modo maratón”.
Bueno, hasta aquí lo previo, ahora toca contar el día importante, el día de la carrera.
El domingo a las 05:45 de la mañana suena nuestro despertador para levantarnos. Toca vestirse para correr, bajar a desayunar temprano y subir de nuevo a la habitación a ponernos el dorsal y coger el resto de cosillas (mochila para el ropero, riñonera y geles, reloj…).  Cuando bajamos a desayunar vemos que en el comedor todo lo que hay son corredores/as desayunando. Por las camisetas o chándals que llevan vemos que hay suecos, belgas, muchos italianos y algunos españoles. Empieza ya el ambiente de carrera. Nuestro desayuno, ese día, sin experimentos, mogollón de cereales, plátano y cuadrito de chocolate negro.
A las 7:15 aproximadamente dejamos el hotel para ir paseando a la zona de salida. El paseo serán unos 20 minutos andando tranquilamente. El trayecto es, prácticamente,  lo que serán luego los 2 últimos kilómetros del maratón.
Llegamos a la zona de salida. Localizamos el arco, el ropero y los baños (siempre escasos en los maratones cuando llega la hora punta). A pesar de mucho cartel indicador nos llevó bastante tiempo situar todo, pero lo conseguimos, aunque tuvimos que preguntar a gente porque los carteles señalaban de forma algo confusa a veces. Después de unas fotillos previas y tres visitas a los baños en menos de hora y media, ya estamos listos para meternos en el cajón naranja –que era el que correspondía por nuestro dorsal.
Junto a nosotros en el cajón vemos a un pequeño grupo de Forofos del Running y, claro, al ser todos madrileños, pues nos saludamos y nos deseamos suerte. Allí en el cajón guardamos el minuto de silencio por los atentados de Francia (que fue respetado al 100% por los corredores, silencio absoluto, que fue roto con fuertes aplausos al pasar el minuto). Volvemos al “modo maratón” y ya estamos deseando empezar.
La organización informó de que habría dos salidas, la primera a las  9:00 para los primeros cajones, justo todos los que teníamos delante, y una segunda salida a las 9:06 para los dos últimos cajones, naranja y blanco. La verdad es que nosotros no notamos el tema de las dos salidas, era tanta la gente de los cajones de la primera salida que cuando el cajón naranja y nosotros pasamos por el arco de salida eran ya más de las 9:11, así que no sirvió de mucho lo de las dos salidas.
Fer y yo nos deseamos suerte y nos dimos el último beso antes de pasar por el arco de salida y poner en marcha nuestros relojes. Habíamos acordado vernos en el ropero a la llegada, así que, si no nos veíamos en el único bucle del recorrido en el que puede que nos pudiéramos saludar, ya no nos veríamos hasta tener la medalla al cuello. De todos modos al no correr en nuestra ciudad y con el ambiente “algo intranquilo” por los acontecimientos de París, decidimos correr los dos con el móvil en la riñonera, por si acaso surgía algún imprevisto.
Yo salgo siguiendo el ritmo de los que me rodean, atenta sobre todo a evitar caídas en esos primeros momentos de mayor apelotonamiento. Espero a pasar por el km. 1 para valorar mi ritmo y sensaciones e ir adaptándome a las circunstancias del día. Me sale el primer km. a 5’42”, pero como las sensaciones son de ir cómoda, pues sigo igual.
En los primeros kilómetros ya empiezo a observar un gran descuadre entre el km. que marca mi reloj y los carteles de km. de la carrera, que siempre aparece muchísimo después. Yo creo que en los primeros kms. hay ya como unos 400m de desfase entre mi reloj y los carteles, así que decido ir lo más cerca posible de la línea azul contínua que marca el recorrido, para no hacer más distancia de la debida, porque pienso que si no mi reloj acabará marcando 50 kms. al finalizar.
Cuando llegamos al km. 5 se ven mesas de avituallamiento numeradas y luego otras señaladas con colores, todas vacías. Ya sé que las primeras mesas son las de avituallamiento de la élite y que detrás están las de los populares, pero esas mesas pasan y ya no vemos mesas y nosotros no hemos tenido agua ni nada. Todos pensamos que el agua está agotada y empieza la preocupación porque hace calor y no hay ni rastro de agua para nosotros. No soy la única que piensa eso, todos empezamos a preguntarnos unos a otros: “¿Y el agua?” “And water?” Y todos nos respondemos: “No sé, no sé, ponía que había en el km. 5”, “I don’t know.” Pasa casi medio kilómetro y, aleluya, vemos mesas con agua.  Menudo susto nos habíamos llevado con el primer avituallamiento. Yo cojo una botella y decido correr con ella hasta el siguiente avituallamiento, por si acaso nos llevamos otro susto y no está donde pensamos que va a estar. Además, como hace calor, cojo un vasito de Powerade también. Pero, claro, el vaso tiene tres dedos de líquido y dos se caen sobre mi camiseta o mi cara al intentar beber del  vaso (aunque sigo los consejos de compis del club que dicen que aplastando el vaso para hacer la boca estrecha se bebe mejor), pero algo consigo beber y decido hacer lo mismo en todos los avituallamientos: pasear la botella de agua todo el tiempo y beber lo que pueda de bebida isotónica.
Mi ritmo seguía siendo similar al del km. 1 y yo me sigo notando bien y, claro, la carrera se me hace muy animada porque hay muchísima gente animando a los corredores, hay batucadas, muchos aplausos, niños que dan la mano… Los primeros 10kms se me pasan volando y son divertidos.  Además  en la única zona en que Fer y yo nos podíamos ver, porque se pasaba por una calle en sentido ida y vuelta, aproximadamente por el km. 7, nos vimos y nos gritamos mutuamente para animarnos. Los dos íbamos bien y nos hizo mucha ilusión vernos.
En el km. 8 aproximadamente paso también por una zona en la que un camión de bomberos riega a los corredores con mangueras para refrescarlos. Sigo divirtiéndome, paso bajo el agua, y sigo dando la mano a niños y niñas, aplaudiendo a los que tocan en las batucadas…
Me voy acostumbrando también  a la “flexibilidad” del lugar de avituallamiento, por lo que sigo corriendo siempre con botella de agua de uno a otro mientras en la botella me quede una gota.
A partir del km. 11, aunque sigo sintiéndome bien, empiezo a notar que voy a necesitar parar en unos WC antes de llegar a meta, así que prefiero hacerlo pronto para no estar luego demasiado cansada cuando tenga que parar y que me cueste en  exceso retomar la marcha. La verdad es que como hace calor estoy bebiendo más que en otras carreras –agua y Powerade-. Hasta ahora voy manteniendo el ritmo inicial aproximadamente, pero empiezo a estar pendiente de las cabinas de WC que vea por el recorrido (que pueden estar en cualquier sitio visto lo de los avituallamientos, aunque en el folleto informativo decía que habría en los kms. 10, 20, 30 y 40.)
En el km. 16 aproximadamente veo un par de cabinas, pruebo rápidamente a abrir una a ver si hay suerte, está operativa y vacía, y pierdo poco tiempo en mi paso por “boxes”. Tengo suerte, hago una minipausa y, hala, a correr de nuevo y ya con una preocupación menos. Yo creo que no perdí ni un minuto en la parada, pero aceleré un poquitos en los dos o tres kilómetros siguientes para que mi reloj volviera a marcarme como velocidad media de carrera la que llevaba antes de mi pausa, unos 5’43” por km.  Y ahí todo seguía bien, nada de cansancio.
Creo que por el kilómetro 23 aproximadamente, al saludar a un niño con la mano, uno de ellos enganchó uno de sus dedos en mi pulsera de la suerte de mi sobrina y me la arrancó. Me quedé sin mi amuleto y quedaba aún lo más duro. Reconozco que soy un poco supersticiosa y me dio un bajón psicológico al quedarme sin mi pulsera, pasé un kilómetro pensando que quizá era porque me iba a ir mal el día. Al final mi parte “razonable” tomo el mando de mi mente y volví a pensar que por una pulserita no iba a cambiar nada, que en cuanto hablara con mi sobrina le pediría otra para futuras carreras y problema resuelto.
Bueno, los kilómetros siguen avanzando,  la animación sigue siendo alucinante, pero el tema de los avituallamientos empieza a ser un problema otra vez. En el que corresponde al 25 debía haber fruta y no hay ni rastro de nada sólido. Yo ya me he tomado a esas alturas dos de mis cuatro geles, pero esperaba utilizar también lo que la organización ofreciera y no parece que vaya a ofrecer nada.
Cuando llego aproximadamente al km. 30 las piernas empiezan a protestar, me empieza a doler la parte superior de las rodillas (o inferior de los muslos) y la zona de los gemelos, sóleos y tendón de Aquiles en las dos piernas. Además también me noto dolor en una ingle, todo a la vez. Uf, y con lo que queda aún. Empiezo a correr levantando aún menos los pies del suelo –en modo súper ahorro de fuerzas-, pero el dolor persiste. En especial me preocupa la zona de los gemelos-sóleos, que es lo que más duele. Mi ritmo, claro, desciende, porque ya me olvido de mirar el reloj y me guío por cuánto me duelen las piernas y si los músculos que tengo me darán para llegar a meta.
Pasamos también la zona del avituallamiento del treinta y pico, y sigue sin haber fruta ni nada sólido. Sigo con agua e isotónico en vaso, así que me tomo un gel más de los míos. Quedan más de diez kilómetros y me queda un gel y el dolor de piernas es bastante intenso.
La animación sigue siendo fantástica, en eso reconozco que es mucho mejor que en la Maratón de Madrid. Desde mi punto de vista las batucadas o la música conocida es lo que más ayuda en esos momentos. En Madrid hay pocos puntos con música y, claro, encima son canciones que no son famosas porque son de grupos nuevos que no conocemos, con lo que ayuda menos.  Aquí en Valencia, incluso en un punto del recorrido oí tocado con “dulzaina” la canción de la peli “Titanic”, que animada no es, de hecho nos reímos los corredores al oirlo diciendo que “muy alegre no era el tema”, pero hasta eso hace ilusión.
Bueno, gracias a la animación no se hace tan difícil seguir avanzando, aunque yo llevo  las piernas cada vez peor. Este maratón me recuerda mucho a mi primer maratón, en el que también pensé que se me romperían los gemelos antes de llegar a meta. Seguí corriendo algo raro, moviendo poco las piernas, pero avanzando para llegar cuanto antes. En este maratón en lugar de tres liebres amigas tenía la animación del público. Si en aquel primer maratón llegué a meta quizá en este también aguanten los músculos hasta el final.
Pasamos el km. 35, más o menos, y veo algo sólido, un plato con orejones de albaricoque, así que me acerco y cojo algunos. No es lo que más me apetece, hubiera preferido algo más jugoso, como naranja o plátano, pero seguía sin haber rastro de fruta fresca, así que me como eso. De fondo y energías me encuentro bastante bien a pesar del calor, no son las pilas lo que me fallan, son algunas piezas de mi mecanismo las que están averiadas y no dejan de protestar.  Aún así, además de los orejones, me tomo  el gel que me queda.
Hay que seguir aguantando, ya va quedando menos kilómetros, no puedo rendirme o parar a estas alturas.  La verdad es que desde el kilómetro 30 ya he visto a bastante gente que ya va andando o para a hacer algún estiramiento, incluso a alguno tumbado boca arriba con las piernas en alto siendo atendido por sanitarios. Yo al menos puedo seguir avanzando rumbo a meta.
Cerca del kilómetro 39 llegamos a la zona de Valencia denominada Colón, que no está lejos de nuestro hotel, así que esa zona nos la conocemos un poco mejor y ya sé qué parte queda por recorrer, eso me anima.  Y un poco después el km. 40 ya, solo toca hacer de nuevo lo que hemos paseado esta mañana para llegar a la salida. Me animo. En el avituallamiento del 40 solamente cojo un orejón más, pero no cojo nada líquido porque sigo con la botella de agua del avituallamiento anterior con agua aún y la pienso tirar por el km. 41 para poder acabar la carrera con las manos vacías y vivir el último kilómetro “a tope”.
Bajamos ya la calle que va junto a los jardines del Turia. Ya me empiezo a creer que sí que van a aguantar mis gemelos hasta meta, me siguen doliendo muchísimo, pero estoy cerquita.  Encima miro mi reloj y, a pesar de que corro raro y me duelen mucho las piernas, mi ritmo no ha sido tan malo como pensaba, así que creo que encima me haré récord personal si no se me rompen a estas alturas. El resto de dolores, el de la ingle y el de por encima de las rodillas, duraron unos  seis o siete kilómetros, desde el 30, pero remitieron y me quedé solo con el intenso dolor de gemelos hasta el final.
Tiro la botella de agua antes del giro hacia la izquierda que nos lleva ya a la zona peatonal que se dirige a los edificios de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. El problema aquí es que hay un tramo cuesta abajo que me “joroba” bastante e incluso casi me caigo porque la cuesta abajo no es lo que mejor me va según estoy. Pero veo que no soy la única que va muy perjudicada, varios corredores bajamos de forma muy rara y con sensación de caernos esa cuestecita. Ya estamos casi en la recta de meta, otra vez el terreno es llano (por suerte), y sigue habiendo mucho público, más si cabe que antes. Ya se ve el agua y, a lo lejos, la meta y la alfombra azul en la pasarela sobre el agua. Queda un giro a la derecha y uno a la izquierda para la recta final de meta. En la recta se me vuelve a hacer el nudo en la garganta de la emoción que casi impide respirar, pero no lloro, porque sino saldré fatal en el vídeo de llegada. Lo que sí hago es levantar los brazos y sonreír como si hubiera ganado yo la maratón. Qué alegría más grande da llegar a la meta de un maratón, especialmente cuando en algunos tramos has pensado que quizá esta vez tendrías que abandonar por lesión.  ¡¡¡Ya tengo tres maratones finalizados!!!
Ahora toca coger el avituallamiento final y, por supuesto, la medalla. No hay que esperar demasiado para recogerlo porque hay muchos puestos donde lo entregan. La medalla la dan en una pequeña bolsita. A mí en los maratones me gusta más que la den ya abierta y te la pongan al cuello, pero rápidamente la abro y me la pongo.  Qué ilusión, tengo medalla a pesar de haber perdido en carrera mi pulsera amuleto.  La medalla tiene la cinta de color negro, así que vuelvo a pensar en París y lo que allí pasó el viernes, y en si la elección de esa cinta sería por ese hecho o iba a ser así de todos modos.
Cojo la bolsa con agua, bebida isotónica, bollería y una bolsa de mandarinas y me dirijo rápidamente al ropero para ver si Fer está allí y que la alegría sea completa.
Llego y sí, le veo de pie y de espaldas, pero reconozco la camiseta del espartano y su gorra blanca. Le llamo, se gira y me ve y nos abrazamos y nos besamos. Dice que lo ha pasado mal y que ha sufrido mucho, pero ha acabado también por debajo de 4 horas y está feliz porque, con lo poco que ha podido entrenar este último mes, no ha sido mal tiempo. Yo le digo que, aunque apenas puedo andar porque tengo los gemelos K.O.,  he hecho récord personal, menos de 4h 06’. Hablamos de la ausencia de algo sólido en los avituallamientos y de su ubicación. Él dice que solamente vio orejones ya en el km. 40 y los cuatro geles que llevaba le vinieron escasísimos porque pensaba tomar fruta de los avituallamientos, pero no encontró nada. También comentamos la animación, eso sí, de forma muy positiva. ¡¡Gracias a todos los que salieron a animar a los corredores!!
Toca comer algo de lo que nos han dado en meta, aunque él ya se ha comido casi todo lo suyo y dice que si llega a saber que no iba a haber nada se lleva mínimo seis geles. Salimos de la zona de meta y nos dirijimos al italiano en el que comimos el viernes. Allí, al entrar y ver las medallas y la ropa de correr, un gran grupo de gente de Albacete nos aplaude y vitorea con mucho humor. Nos damos la enhorabuena unos a otros. Después entra un grupo de holandeses y se repite la escena, los de Albacete y nosotros les aplaudimos y vitoreamos. Así sucedía cada vez que entraba alguien al restaurante con pinta de haber corrido. Y al salir del local igual, aplausos y “¡Enhorabuena!” para todos/as.
Vamos hacia el hotel ya a ducharnos y descansar. Tardamos muchísimo en el trayecto porque el dolor de pies y agujetas nos impide andar mejor y nos vamos parando a estirar a ratitos, para ver si mejoramos. Conseguimos llegar al hotel, donde en recepción también nos felicitan. Por fin, momento de descanso y de disfrutar la alegría de ser “finishers” de nuevo.

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